El estrés no es necesariamente malo si sabemos, o podemos, reconocerlo, aceptarlo y gestionarlo.

Sin estrés realmente no haríamos nada, pues nada habría que lograr, solucionar, ganar, obtener, o hacer para que nos sintiéramos mejor. Es el estrés el que nos moviliza en la consecución de nuestras metas, ya sean de tipo fisiológico, emocional o psicológico. Ya sea en el terreno personal, social o laboral.

Gracias al estrés podemos reconocer lo que algo nos incomoda, nos frustra, nos hace sentir mal, y en la búsqueda de mejorar la situación para evitar el sufrimiento y obtener el placer, la felicidad, nuestras metas, es cuando podemos reconocer el beneficio de todo aquello que nos hace sentir un cierto estrés.

Por tanto, el problema del estrés no está en la propia naturaleza del estrés, sino en nuestra capacidad para gestionarlo y saber interpretarlo, no agradando las consecuencias posiblemente nefastas cuando anticipamos ficticiamente un escenario futuro, y nos sabemos preparados y en forma para afrontarlo.

Está comprobado que la buena resolución del estrés también depende de la forma en que valoramos nuestra propia capacidad de encararlo. Por otro lado, si podemos tener cierto control sobre la situación nos hará ser más positivos.

Cuando menos lo esperamos, se presentan acontecimientos inesperados que nos traen el conflicto a nuestra vida. Aparecen como espesos nubarrones negros que nos obligan a movilizarnos en uno u otro sentido para capear la tormenta.

A veces nos llenan de incertidumbre y desasosiego, sí, pero consigue sacar de nosotros lo mejor, siempre y cuando la ansiedad que nos produce el estrés, no nos desborde, sino nos active. No nos bloquee, ni nos haga ser peores.

Cuando el estrés nos sobrepasa, sumiéndonos en sensaciones de tristeza, ansiedad, desesperanza, incomodidad e impotencia, es cuando seguramente menos cuenta nos estemos dando de lo que nos está pasando, y de los efectos negativos que sobre nosotros tiene este estrés, sin embargo, es cuando más ayuda necesitamos.

Cuando hablamos del estrés sano, por supuesto no hablamos del estrés prolongado que nos sumerge en el sufrimiento al desgastar todas nuestras energías, por su efecto acumulativo y patológico en nuestras vidas, sino del estrés que somos capaces de controlar, de reconocer y hacer frente.

Para que se de este segundo caso, es importante haber chequeado nuestras reservas psíquicas, y haber sido conscientes de las circunstancias y los síntomas que vivimos, que a veces se alargan en el tiempo y nos van sumiendo sin darnos cuenta en una situación anómala que no siempre podemos reconocer, aunque si notemos sus efectos negativos.

Reconocer que el estrés que estas soportando es demasiado para ti en un momento determinado, no es ser débil o estar enfermo. Muchas veces, esto no depende de nosotros, sino de aquello que nos toca vivir, y es humano sentirse mal. Conocer aquellas herramientas que nos pueden ayudar, es tan inteligente como necesario.

Cuando tenemos carencia de vitamina D por falta de exposición al sol, por ejemplo, tomamos un suplemento vitamínico. Cuando notamos que estamos cansados al andar tan solo unos pocos metros, o nos sentimos poco flexibles, hacemos ejercicio físico para fortalecernos. Con la capacidad de afrontamiento del estrés, ocurre lo mismo. Podemos incrementarla.

Ante el estrés patológico también podemos defendernos si nos preparamos para ello. Consiste principalmente en preparar nuestra mente. Para eso existen las técnicas de reducción del estrés. Mindfulness o desarrollar la atención en el momento presente, indudablemente ayuda mucho.

Unas veces estamos en una posición más ventajosa para encarar los problemas y en otras no. Esto es común a todos los seres humanos sin excepción.

Hablando del estrés que soportamos, digamos dentro de los límites del bienestar, hay muchas situaciones frustrantes cotidianas, que nos ponen en alerta y ante las cuales, necesitamos encontrar soluciones para aliviar el malestar que suponen en nuestra propia experiencia vital.

Lo bueno que tienen estas situaciones desagradables, es que nos obligan a desplegar nuestra creatividad, aunque solo sea para buscar un remedio que nos evite el sufrimiento y la catástrofe, que aun no habiéndose producido todavía, podemos ya vaticinar o imaginar.

A pesar de que necesitamos sentir el orden y la organización a nuestro alrededor, está muy claro que el cambio es el gran omnipresente y que nos hace ser conscientes una y otra vez que en la vida no podemos tener todo controlado. 

Diríamos que apenas nada. Aunque sentir el orden nos reconforte y tratemos en todo momento de crearlo a nuestro alrededor, tenemos que aceptar que un cierto grado de desorden y caos en nuestra vida nos llega con más o menos frecuencia, y que también llegan momentos de crisis o desgracias más graves.

Porque el desorden es inherente a lo que nos rodea. Cuando llegan los cambios, debemos hacer un esfuerzo mucho mayor, y poner nuestros cinco sentidos, para afrontar esa amenaza que nos trae lo poco organizado.

Pero el desorden y el caos sirven de acicate para poder superarnos, para buscar nuevas soluciones a nuestras crisis. El estrés no tiene por qué ser malo.

Somos más divergentes y creativos en situaciones de crisis. El estrés nos moviliza para conseguir nuestros objetivos.

El estrés, con una cierta dosis de conocimiento, un adecuado grado de inconformismo, y una disposición positiva, moviliza nuestra creatividad. Y este es uno de los beneficios del estrés.

La aceptación del caos y del estrés, es, por tanto, una premisa importante en nuestro crecimiento y propósitos personales. Sirve como detonante para que movilicemos nuestra energía para luchar por lo que queremos y necesitamos.

A veces tratamos de organizar nuestra vida, todo lo que nos rodea, pensando que la tranquilidad es lo que deberíamos perseguir, y nos olvidamos de que, del estrés del desorden, surge la creación y el aprendizaje. La innovación no se logra plenamente en el orden, sino en el caos y en los periodos de crisis. Como adaptación al cambio.

Si siempre nos sintiéramos satisfechos con nuestra vida y con todo lo que nos sucede, no podríamos sacar partido de la frustración, y de esta, también se aprende. Nos ayuda a superarnos. Es por eso por lo que cualquier sentimiento negativo que nos surja, también nos da la oportunidad de crecer.

El fracaso, la frustración, la impotencia desencadenan en nosotros nuevas formas de inventarnos, nos impulsan para buscar nuevas maneras de subsistir y ser mejores. Es bien conocido el hecho de que de las malas situaciones salimos reconstruidos y fortalecidos. Pero no menos cierto que si estamos preparados para gestionar el estrés, aun sacaremos mas partido del mismo, pues no nos desbordará. Y hay muchas razones para creer que estamos sometidos a un continuo escenario de sobre-estrés.

A veces es necesario tocar fondo, bajar, para poder volver a subir. Nuestra necesidad de estabilidad, y la sensación de poderlo tener todo controlado es clara, pero tan solo una utopía. Admitamos que tenemos derecho de sentirnos estresados y sentirnos mal por eso.

Cuando un camino se acaba, nos vemos obligados a buscar otro. Si todos los caminos nos llevaran al sitio esperado y estuviera dentro de lo previsto, no existiría lo novedoso, no se encontrarían nuevos rincones en los que investigar, y nos estancaríamos en lo previsto.

Pero debemos entender las situaciones de frustración, para saber gestionarlas, y cuando nos sintamos desbordados, notando una excesiva incomodidad con nosotros mismos y con las circunstancias, mejor parar, reflexionar y buscar otras soluciones.

Alejarse del problema y tratar de desconectar cuando podemos, a veces convierte el estrés en algo más constructivo que destructivo, pero esto no siempre es posible, por eso es recomendable que nos preparemos mentalmente antes de que aparezca la catástrofe.